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La alegría es la mejor medicina para el alma. Cuando estamos alegres rendimos mejor, enfrentamos las dificultades de una forma menos perjudicial y contagiamos esta emoción a las personas que nos rodean.  

Hoy, en Con Psicología, hablamos sobre 5 prácticas que incrementarán tu alegría y repercutirán sin duda, sobre tu felicidad.

Cuida tu lenguaje interno.

Sin percatarnos, la forma en que nos hablamos influye en nuestro estado anímico y en nuestro modo de contemplar la vida. Una manera de darnos cuenta de que usamos un lenguaje pernicioso consiste en fijarnos con qué frecuencia empleamos las palabras “debería” o “tengo que”. Si utilizas estos términos con asiduidad es probable que te sientas insatisfecho, desmotivado o con falta de energía. Repetirse constantemente lo que deberías estar haciendo crea una atmósfera de negatividad que conlleva a sentimientos de culpa, vergüenza o impotencia.

 Para romper con esta práctica nociva puedes comenzar por observar cuando empleas esta terminología. Siendo consciente de la frecuencia con la que utilizas este lenguaje cada día, podrás examinar su contexto respondiendo a esta pregunta: “¿A qué hacen referencia mis deberías?” Son exigencias sobre mí mismo, sobre mi trabajo, sobre mis relaciones, sobre mi pareja… Esta simple pregunta permite explorar tus sentimientos sobre una situación.

 También puedes modificar la forma con la que te expresas. Sustituye los deberías o tengo que por términos menos rígidos que promuevan la flexibilidad como “podría” o “me gustaría”.  Decir “podría limpiar mi salón” no tiene la misma implicación emocional que verbalizar “tengo que hacerlo”. Ser flexible nos permite disfrutar de una mejor calidad de vida y gestionar de forma más eficaz nuestros sentimientos.

Aprecia y valora las pequeñas cosas

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Apreciar las pequeñas cosas puede ser complicado cuándo nos ofuscamos sólo en lo que nos falta o lo que nos gustaría tener. A veces pequeños detalles pueden incidir sobre tu alegría si aceptas el propósito de fijarte conscientemente en las buenas cosas y personas que te rodean. De esta forma aprendes a modificar el foco de atención a aspectos que pasan desapercibidos en tu día a día y que en muchas ocasiones valoramos cuando ya no están presentes.

Piensa por ejemplo en el día de hoy. ¿Qué persona ha tenido un gesto o ha hecho algo por ti? ¿Por qué te sientes hoy agradecido? ¿Qué tres pequeñas cosas te han hecho sentir alegría?

Los pequeños placeres de la vida como una puesta de sol, pasear por el campo, estar con tus amigos o hacer algo que nos gusta, aportan bienestar y alegría en nuestra vida. Entrenar la gratitud nos ayuda a aprender a disfrutar e identificar mejor nuestras emociones positivas y relativizar aquellas situaciones que nos crean malestar emocional.

Puedes comenzar a practicar tu gratitud a través de un diario personal. Piensa y escribe dos veces por semana aquellas cosas que te hacen sentir grato en la vida. Al principio, puede ser complejo identificarlas. Quizás sientas gratitud por tu familia, por tu trabajo o por tu relación de pareja. Comienza a escribir y sé específico. Por ejemplo, si sientes gratitud de tener una relación de pareja sólida, ahonda en eso. ¿Qué te aporta esa relación? ¿Qué gestos tiene esa persona especial actualmente contigo? ¿Por qué sientes aprecio hacia el/ella? ¿Qué es lo que más te gusta de ella? De esta forma, pasamos de “me siento grato por tener una relación sólida” a especificar detalladamente que comportamientos o acciones concretas me hacen sentir gratitud por esa persona. Incluso puedes dar un paso más  y mostrarle tu gratitud con una carta o verbalmente.

Este ejercicio, también puedes realizarlo contigo mismo. Quizás te resulte raro, pero de esta forma también aprenderás a apreciar aquellas acciones que realizas hacia ti mismo. Puedes preguntarte ¿Qué gesto he tenido hoy con alguien? ¿A quién he ayudado? o ¿Qué cosas he hecho que me hacen sentir satisfecho o agradecido?

Sin duda, reparar en las pequeñas cosas y ser agradecido repercutirá de forma notable en tu bienestar emocional.

Acepta lo que no puedes cambiar

Muchas personas, confunden la resignación con la aceptación de un problema, sin embargo son dos conceptos muy diferentes. La resignación provoca dolor y sufrimiento e invita hacia el estancamiento. Resignarse implica creer que no podemos hacer nada para aumentar nuestra felicidad, ya que lo que nos falta o no podemos cambiar, tiñe todo de negro. De esta forma, tus acciones quedarán inmovilizadas puesto que la creencia de que nada puedes hacer o de que nada puede ser bueno si esa situación no cambia, toma fuerza.

La aceptación guarda  una relación inversa con la persistencia. La persistencia,  es una fortaleza que de encontrarse desequilibrada puede ocasionar conflictos. Persistir en algo, puede ser positivo, puesto que nos ayuda a desarrollar cualidades como el esfuerzo, la dedicación, la determinación y conseguir nuestros objetivos. Sin embargo, obcecarnos en un objetivo sobre el cual no tenemos control y no podemos intervenir, hará que no disfrutes del camino y como consecuencia creará un desgaste físico y emocional que te pasará factura.

La aceptación asume la realidad y permite que nos enfoquemos en otras esferas de nuestra vida que pueden ser satisfactorias a pesar de convivir con una circunstancia que no nos agrada. En este caso, tomamos la decisión de aceptar lo que nos ha tocado y modificar la actitud con la que observamos el problema. Al mismo tiempo, nos moviliza hacia la búsqueda de otras áreas significativas que pueden ser fuente de alegría.

Las personas experimentan mayor alegría cuando entienden que la vida es cambio y que hay circunstancias que escapan a su control. Saben discernir entre las situaciones que pueden cambiar y aquellas que implican ser flexible y adaptarse a pesar de no ser su deseo. Sienten esperanza por conseguir lo que se proponen y plantean objetivos adecuados para asegurar su consecución.

Coge lápiz y papel y divide una hoja en dos columnas. En la primera escribe sobre aquellas áreas de tu vida que implican resignación y por lo tanto sufrimiento. En la otra columna, recoge aquellas situaciones que crees haber aceptado. Recuerda que la aceptación genera un poso de sosiego o al menos no genera emociones negativas, mientras que la resignación activará emociones y sentimientos desagradables.

Aceptar una situación, no es una tarea sencilla. Significa abrir la puerta hacia el dolor, un dolor que de atravesarlo nos ayudará a evolucionar y reinventarnos hacia la construcción de un nuevo significado de vida.

Mantente fiel a tus valores.

Hablamos de valores cuando hacemos referencia a lo que da sentido o significado a nuestra vida. Los valores determinan nuestras acciones y pueden hacer que experimentemos emociones positivas o negativas en función de la congruencia que demostremos. Pero antes de adentrarnos a describirlos es importante que nos detengamos para realizar una aclaración. Es muy fácil confundir los valores con los objetivos.

Los valores, se relacionan jerárquicamente con los objetivos, pero a diferencia de estos últimos, un valor nunca puede cumplirse, satisfacerse o completarse. Los valores, son direcciones hacia las que deseamos dirigirnos por lo que dan respuesta a un propósito. Por ejemplo, podemos tener el valor de la lealtad, lo que puede requerir de un esfuerzo a lo largo de la vida. Sin embargo, para una persona un objetivo fiel a ese valor puede ser  emplear ropa sintética y no pieles de animales. Mientras que para otra, su objetivo puede versar en ser leal a un amigo. Podemos tener varias personas con el mismo valor pero enfocado hacia áreas diferentes. Así mismo, los valores también serán distintos. Una persona puede valorar la honestidad y otra restarle importancia.

¿Y qué ocurre cuando no somos congruentes con nuestros valores? Experimentamos malestar psicológico. Nuestros pensamientos y sentimientos se contraponen a nuestras acciones. Por ejemplo, puedes ser sensible a la cosificación y sufrimiento animal y sin embargo justificar la compra de un abrigo de piel de conejo puesto que “total van a desechar su piel”, “va a servir de alimento” y “es solo uno”. Cuanto mayor sea la incongruencia entre tus valores y tus acciones mayor insatisfacción tendrás en la vida.

Las personas más felices muestran una menor disonancia cognitiva. Son personas que se rigen por un sistema de valores y una mayor armonía en sus vidas.

Piensa y anota aquellas situaciones en las que quizás no estés priorizando tus valores. Ten en cuenta que de prolongarse en el tiempo o darse con frecuencia, pueden afectar a tu equilibrio personal.

Dedica tiempo a realizar actividades placenteras.

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Numerosas investigaciones a lo largo de los últimos años han puesto de manifiesto el papel de las actividades placenteras y su repercusión sobre el estado de ánimo. Todos sabemos que cuando una persona se deprime desciende considerablemente la motivación y el interés por actividades que anteriormente realizaba pero que ahora no le reportan el mismo disfrute. Esta pérdida de interés puede hacer que nos decantemos por suprimirlas y entremos en un estado de inactividad que aunque a corto plazo nos resulta positivo, con el tiempo se perpetúa y mina nuestro estado de ánimo.

Las personas alegres tienden a equilibrar la balanza entre las actividades “obligatorias” y las más placenteras. Saben que dedicar tiempo a disfrutar de los amigos, de sus hijos, de ir al cine,  de leer, de un día de campo… es una de las medicinas más importantes para mantener un estado de ánimo equilibrado. Este simple gesto, indudablemente repercutirá sobre otras tareas más rutinarias o de mayor responsabilidad y sobre la calidad de tus relaciones.

Lo primero que puedes hacer para conocer cuánto tiempo dedicas a las actividades placenteras es llevar un registro semanal que recoja cómo organizas tu tiempo y un apartado que incluya tu estado de ánimo en una escala de 1  (bajo estado de ánimo) a 10 (estado de ánimo elevado). En la mayoría de los casos, la ausencia de actividades placenteras llevará a un estado anímico más bajo, mientras que aquellos días que hayas dedicado tiempo a ti mismo te aportarán niveles más elevados no solo de alegría sino también de rendimiento. Lo mismo sucederá con la inactividad: si a lo largo de tu día a día no realizas ningún tipo de acción (siendo esta obligatoria o placentera) y dejas llevarte por la inercia, tu estado de ánimo se verá afectado.  Con este ejercicio, no solo monitorizarás tu estado de ánimo, sino que podrás extraer conclusiones de cómo tu nivel de actividad repercute en tu bienestar.

El segundo paso, consiste en realizar una lista de aquellas actividades que has dejado de realizar y que anteriormente disfrutabas. También puedes pensar en aquellas que nunca te atreviste a experimentar pero siempre quisiste llevar a cabo. El tercer paso y fundamental, radica en graduar estas actividades y comenzar por aquellas que te generen menos esfuerzo y más disfrute.

Otras formas de incidir en tu alegría e incrementar tu felicidad pueden ser cultivar el humor, realizar alguna actividad física, ayudar a alguna persona, estar en contacto con la naturaleza… Cómo puedes ver existen varias variables que repercuten sobre tu bienestar personal. Estas son solo algunas de ellas. Te animo a practicarlas y descubrir cómo ciertos gestos pueden cambiar la forma de entender la vida e incrementar tu felicidad.

Alegría: ¿Qué puedo hacer para cultivarla?